mayo 30, 2010

Padres y Docentes - Trabajo compartido

La relación entre padres y maestros está mediada por acuerdos más o menos explícitos y ciertas zonas grises que pueden traer momentos de tensión. Demandas de unos hacia otros, respuestas incongruentes o malentendidos se ponen en juego tras el mismo objetivo: educar, enseñar, acompañar el crecimiento.




Por Gabriela Baby


Los maestros piden: que los padres observen a los chicos cuando hacen la tarea pero que a la vez les den autonomía, que miren los cuadernos pero que no corrijan las faltas, que se acerquen a las reuniones de padres, que no critiquen al maestro en casa, que pongan límites a sus hijos y les enseñen a tener respeto por la escuela.
Los padres demandan: que la maestra enseñe los contenidos que debe enseñar, que no sea aburrida ni anticuada, que dé tarea pero no mucha (ni tan poca), que le enseñe al alumno a estudiar pero no lo llene de materiales o actividades innecesarias, que le dé responsabilidades pero no lo sobrecargue, que le ponga límites y un marco social de comportamiento.
Los pedidos de un lado y de otro tensan una relación que tiene como único objetivo la educación del chico, con diferentes grados de acuerdo en los modos de llevar adelante tal empresa. Lo cierto es que en (casi) ningún caso hay indiferencia de alguna de las partes.
Así lo señala Laura Cerletti, doctora en Ciencias de la Educación y autora de Las familias, ¿un problema escolar? (Ediciones Novedades Educativas): “La educación es algo disputado socialmente, es algo que importa a todos los actores sociales. No es verdad que la gente deja a los chicos en la escuela y se olvida. Más bien, todo lo contrario. Los padres, y en general la sociedad, están muy pendientes de lo que sucede en el aula. Se comparan escuelas, cuadernos, libros de lectura, avances en ciertos conocimientos. Es decir: lo escolar se evalúa permanentemente, sin distinción de clases sociales”.
“Del mismo modo, -continúa Cerletti- la institución escolar observa a las familias, las convoca si hay algún problema con los chicos y pide participación en ciertas prácticas que inciden en lo pedagógico”.
Esta mutua observación recelosa suele ser motivo de malentendidos y cuestionamientos, y es ahí donde los roles parecieran confundirse.

Había una vez…
Quizá saber algo de la historia de esta relación ayude de alguna manera a conocer sus alcances y objetivos. Laura Cerletti relata: “Cuando se creó el aparato educativo, a principios del siglo XX, los padres sólo tenían que cumplir con la obligatoriedad de la educación. La familia estaba afuera de la escuela. Nadie pensaba que tenían que participar, ir a reuniones o colaborar de otra manera que no fuera mandando a sus hijos a la escuela. Es más, hasta la década del ‘40 y del ‘50, los padres ni siquiera iban a los actos escolares. Y ante un problema del chico, llamar a los padres era la última instancia. Hoy en día es el primer paso”.
Los tiempos han cambiado, y con ellos los modos de relacionarse entre escuela y familia: “En los ‘60 con el auge de la psicología y la psicopedagogía y en los ‘80 con la apertura democrática, se fue incrementando el pedido de un acercamiento de los padres a la escuela. Actualmente se plantea la relación entre padres y maestros como una alianza o un contrato de mutua aceptación y trabajo conjunto. Están habilitadas y estimuladas las mutuas demandas, pero a veces no se sabe para qué o por qué se pide esa participación. No hay una receta que indique hasta dónde un padre puede exigir algo de la escuela, y hasta donde un maestro puede pedirle algo a un padre”, puntualiza la especialista.

El campo de juego
Desde la Fundación Proyecto Padres, cuyo objetivo es “fortalecer la misión educadora de los padres”, intentan delimitar el campo de juego de maestros y progenitores. “Educar a los hijos es una tarea conjunta, para lo cual la comunicación entre padres y docentes es imprescindible. En esta tarea cada una de las partes tiene una función específica; no deben confundirse entre sí. Pero cada una acompaña a la otra y la complementa”, dice la Lic. Mercedes Darmandrail, psicóloga y vocera de la Fundación.
Darmandrail puntualiza: “La transmisión de contenidos académicos es una tarea propia de la escuela pero en la que los padres también deben verse implicados, informándose acerca de esos contenidos y colaborando con los deberes. Los padres deben ser el sostén que facilite las tareas de estudio y aprendizaje. Deben transmitir a sus hijos valores como el esfuerzo, la responsabilidad, la paciencia, sobre todo en un contexto social que incita al ‘todo ya’, a la diversión permanente”.
En el plano teórico no parece complicada la delimitación de la zona de influencia de cada parte. Pero en el día a día de la actividad pedagógica se da un contrapunto que reconoce tensiones.

Vigilar y castigar
Augusto del Cueto es maestro desde hace seis años y tiene a su cargo un segundo y un sexto grado de una escuela pública. “Ahora la participación de los padres es más evaluadora: para ellos se trata de vigilar y controlar de alguna manera, porque se les ha dado socialmente el lugar de evaluadores”, dispara el docente. Y ejemplifica: “En la dirección de la escuela o en el distrito, habitualmente se escucha más la queja de un padre que la de un maestro. A veces se toman decisiones pedagógicas para ‘vender’ el proyecto de la escuela a los padres y no pensando en lo mejor para los chicos o teniendo en cuenta la opinión de los docentes. En este sentido, la escuela pública funciona igual que la privada”.
Para Darmandrail, la transformación de la relación entre docentes y padres tiene que ver con un cambio en la percepción que tiene la sociedad respecto del aparato educativo. “La escuela como institución ya no se ve como un lugar de saber y autoridad, sino que está mucho más cuestionada que en otras épocas. –advierte- Por este motivo, muchos padres se creen con derecho a opinar y hasta exigir cómo deben proceder los maestros”.
La pericia y la claridad del docente parecen ser valla de contención a demandas y cuestionamientos. Del Cueto, por su parte, arroja luz sobre cómo anticiparse a los posibles conflictos que puedan presentarse: “Como en la educación de los chicos trabajamos en conjunto padres y maestros, quiero que todo esté bien claro. En mis reuniones de padres, que suelen durar más de dos horas, explico el proceso de aprendizaje que van a atravesar sus hijos y cómo deben ellos acompañar ese proceso para que sea positivo. Les pregunto si tienen dudas o si no están de acuerdo en algún aspecto. Bienvenido el disenso. Y aclaro mis criterios: si los criterios de trabajo están claros, la relación será buena”, explica.

Te paso la pelota
Delimitar el territorio de juego de unos y otros permite que la relación sea llevadera y productiva. Hasta que aparecen ciertos elementos típicos de tensión: la tarea y el boletín. Dos elementos que van de la escuela a la casa y en donde padres y maestros se observan mutuamente en sus roles y funciones.
A través de la tarea, el maestro puede deducir algo del funcionamiento del chico en la casa. Y los padres, a su vez, pueden asomarse a la dinámica del aula. “Para mí la tarea es muy importante. -dice Raquel Veiga, maestra recién jubilada con más de cuarenta años frente al grado- La escuela tiene que trabajar con la familia. Ambos tienen que dar responsabilidad a los chicos y la tarea es un ejercicio clave para esto”.
Para Veiga, no hacer la tarea implica un castigo: “Si no hacen la tarea no salen al recreo. Porque esto tiene que ver con los acuerdos, los chicos tienen que saber que no todo se negocia. Pero además yo pongo una regla: la tarea se hace en casa y no en la escuela. No es negociable. Porque esta permisividad observo en los padres, están en un ‘no pero sí’. Y desde la escuela se pueden marcar algunas cosas a los padres, pero hay un punto en que son ellos los que tienen que intervenir”, sintetiza la maestra.
Para Fernando Santos, maestro de una escuela privada del barrio de Caballito, el trabajo que sus alumnos llevan a casa invita a ejercitar sobre lo visto en clase o sirve de introducción a temas que serán tratados al día siguiente. “El que no hace la tarea va a hacer agua frente a lo que otros resuelven, no podrá seguir la clase, y así aprenderá que le conviene hacerla. Es cierto que también debería haber en la casa cierta construcción de ese espacio para que hagan la tarea. Y el padre tiene que colaborar con ese espacio de autonomía, empujarlo a que lo logre. Es como andar en bicicleta: alguien te tiene que tener el asiento de atrás. Con el tiempo, te vas a largar solo”.

Las calificaciones
Otro momento delicado en la relación padres-docentes es el de la entrega de boletines: depositarios de ansiedades, anhelos y frustraciones. “El boletín refleja el proceso que está atravesando el alumno. Es una herramienta que tenemos los maestros para generar reacciones en los chicos y en los padres. Con el boletín trato de provocar algo en el chico: que ponga más empeño o que sostenga el esfuerzo. Por eso me parece importante aclarar los criterios de evaluación antes de comenzar cada año”, señala el maestro Del Cueto.
Santos, por su parte, aclara que el boletín es un objeto privado, no un trofeo para ser exhibido. “El boletín es una instancia personal de evaluación. Ahí se juegan tiempos personales, no hay metas iguales para todos. Pero igual genera competencia, de los chicos y de los padres. Y es importante aclarar que no es lo mismo el Bien de un pibe que la remó mucho en matemáticas que el Muy Bien de un pibe al que las matemáticas le salen de taquito”, explica.

Te escucho
En todas las escuelas, públicas o privadas, con mayor o menor grado de receptividad, el maestro es la oreja de las demandas de los padres: demandas educativas y de las otras. Así lo cuenta el maestro Santos: “Hay padres y madres que protestan en la escuela porque no pueden hacerlo en otro lado. A través de los años, me doy cuenta que las reuniones de padres son distintas cuando hay crisis económica. El afuera se mete en la reunión, no podemos abstraernos del entorno”, dice.
Raquel Veiga, tras cuarenta años de docencia, coincide con Santos: “La escuela es el único espacio que tienen las familias para ser escuchadas. No hay otra instancia social establecida que escuche a la familia y trabaje con ellas”. Para ella, el diálogo entre padres y maestros implica tener una actitud abierta: “La dirección de la escuela tiene que estar abierta para escuchar razones y demandas de los padres. Y también hay que asumir que no todos los padres escuchan cuando uno hace algún señalamiento acerca de su hijo. Hay algo claro: cuando la familia no está, la escuela no puede”.
Esta frase (“cuando la familia no está, la escuela no puede”) ha sido citada decenas de veces en la investigación de campo realizada por Laura Cerletti: “es un estribillo que repite la mayoría de las maestras”, comenta la investigadora. ¿Y qué quiere decir?
“Quiere decir que el trabajo de la escuela tiene un límite: la escuela no va a solucionar problemas familiares o sociales porque no tiene las herramientas para hacerlo”, señala Cerletti.
Del mismo modo que los padres observan a la escuela, la escuela puede sacar conclusiones y señalar problemas en la familia. Fernando Santos dice: “Si vemos que un chico tiene problemas, hablamos con los padres. Y se le orienta a hacer una consulta o una terapia. Si el padre hace caso omiso, la escuela deberá tomar una decisión al respecto. Porque no es justo para el resto de la comunidad escolar”.
Raquel Veiga coincide: “Sugerimos gabinete escolar, psicopedagoga o consulta a un profesional. En la mayoría de los casos, somos escuchados”, comenta.

Nuevos estilos
Apertura, escucha mutua, aceptación de criterios: esta zona de diálogo -sin duda contemporánea e impensable en la escuela de principios de siglo- marca un nuevo estilo de educación. Un estilo que tiene que ver con modos actuales de entender la autoridad, la participación y el saber y que otorga nuevos roles a maestros, padres y alumnos.
En esta línea, el maestro Santos reflexiona: “En la escuela de antes estaba instalada la figura del buen alumno, que cumplía con todo, y tenía que tener buena conducta. También estaba instalada la palabra del maestro que era siempre escuchada. Además, la escuela tenía que transmitir conocimiento, es decir, el maestro tenía que dar a conocer lo que sabía. Hoy hay una interrelación con el alumno muy distinta. El enciclopedismo ha dejado lugar a una construcción del saber. Se van interrelacionando las disciplinas: la geografía con la historia, con la economía. Y la información está en todos lados. Es decir, el saber se complejizó, para estudiar y también para enseñar. Entonces se da un nuevo vínculo entre alumno y docente porque la autoridad también se construye”.
Es así que también la relación entre padres y maestros se sostiene desde esta nueva concepción del saber y la autoridad. “Antes la autoridad estaba dada por el rol: podía venir alguien que acuñaba conocimiento y daba clase, sin necesidad de ser carismático ni tener idea de pedagogía. Hoy, frente al grado, esa persona fracasa porque la autoridad no se construye desde el saber sino desde la propuesta pedagógica, desde el espacio que uno da a los alumnos para construir conocimiento y desde la inclusión de la diversidad que hay en el aula. Y no es fácil”, asegura Santos.
Construir la nueva escuela, la mejor educación en este contexto social, desde el lugar de cada uno es tarea de padres y maestros. Tarea para hacer en la escuela y también en casa.



Para seguir pensando:
Escuela y familia. Una alianza necesaria. Martiñá, Rolando. Editorial Troquel, Buenos Aires, 2003.
Las familias, ¿un problema escolar? Cerletti, Laura. Ediciones Novedades Educativas, Buenos Aires, 2006.

Nota publicada en Revista Planetario Nº 110 (octubre 2009)

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